Opinión. Como Alberto Calafell: afición ante todo 



Por Raymond Blancafort.

Estos días afloran muchos recuerdos, algunos ya vagos y desdibujados, otros reencontrados vivos y firmes pero que estaban en el cajón del olvido o mezclados a batiburrillo.

Todavía no sé porqué me ha venido a la memoria el recuerdo de un piloto de mis inicios, con el que coincidí en Escudería Armangué –de la que llegue a ser secretario– donde Alfonso Comín y Gabi Cortés eran los sostenedores. Allí coincidí con Xavier Brugué, con el que corrí como copiloto muchos rallies, unos 40 calculo.

Por cierto, todavía recuerdo la “broca amical” que me pegó cuando se enteró que era sobrino de Kim Costas; mi tío y él habían ido al colegio juntos y conservaban una fuerte relación de forma que Xavier y otros compañeros de su época –me llevaban más de 25 años de edad– se reunían regularmente a desayunar, al menos hasta que falleció mi tío hará casi dos años.

No fue la única bronca por “antecedentes familiares”. Otra me la dio ‘El Jefe’, el ya fallecido y mítico Juan José Castillo, a poco de entrar en Mundo Deportivo cuando se enteró que era sobrino de Miguel Costas. Mi tío fue también periodista, en Radio Nacional y en el extinto Tele Express, y en la radio había trabajado coco con codo con J.J.

Bueno, volvamos al tema que nos ocupa. El piloto en cuestión es Alberto Calafell, a quien recuerdo sobre todo sobre un Alpine que estaba bastante bien preparado para la época.

No busquen un gran palmarés, victorias o podios con Alberto. No era rápido, desde luego, y medio en broma decíamos que cuando el copi le contaba “derecha tercera a fondo”, él siempre contestaba: “Vols dir? Mira asegurarem, posem segona”.

Pero nunca –o muy pocas veces– he visto a alguien con tanta afición, con tantas ganas. Si no corría era capaz de venir de asistencia. Si no tenía intención de correr una prueba pero faltaba un coche para tener el descuento en las inscripciones, allí estaba él.

Sabía sus limitaciones, pero no le importaba. Se lo pasaba pipa y siempre tenía anécdotas que contar. Era la viva expresión del “automovilismo lúdico”, de aquellos de correr por divertirse, por placer personal, por hacer unas risas o estar entre amigos.

Eran otros tiempos, sí, cuando muy pocos pensaban en ser profesionales. Cuando no se hacían programas y se corría sobre la marcha. Cuando correr costaba poco dinero, o al menos una cifra razonable. Cuando las medidas de seguridad eran inexistentes o incipientes, lo que facilitaba correr con el coche de cada día, con el “tomado prestado” a la madre… o el alquilado a Avis o Hertz, llegado el caso. Cuando los campeonatos de Catalunya eran importantes, competidos y nutrían los campeonatos nacionales, algo que los jóvenes de hoy ni siquiera han atisbado. Cuando un amateur puro podía salir de trabajar el viernes para ir a correr una prueba del campeonato de España.

Aún veo este espíritu en pruebas de montaña y en algunos rallies regionales, cuando la mitad de participantes usan coches de desguace, coches de más de 10 incluso de 15 años debidamente acondicionados y mantenidos, ni siguiera muy potentes, viejos AX o Fiesta para divertirse. O la Challege FocuXtreme, con los veteranísimos Ford Focus 1.6 de primera generación que desde hace unos años tienen challenge propio en los rallies catalanes.

Cuando era muy joven había un piloto de Madrid llamado Pedro Puche, muy bueno por cierto, decía que había que correr “en serio o en serie”, refiriéndose a los Turismos de Serie, los coches tal como salían de fábrica (más o menos, que tenían su truco) y él tenía un Cooper S de grupo 1 muy bueno. Hoy diría que hay que “correr en serio (si puedes) o de ocasión”. Pero esta es otra historia.

Raymond Blancafort
Mayo 2020

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