Por Josep Autet (para la revista Turini, versión íntegra). Tal como cuenta Rizos en este mismo reportaje, Jorge Bäbler hizo su entrada en los raids en la Baja de 1985, con un Suzuki SJ410 y Miguel Guerrero. Acabó 7º tras haber dado una muy grata impresión. Su fichaje en 1986 por el ambicioso equipo Nissan-Motor Ibérica fue algo lógico, siempre con Hansi a su derecha. Lograron un magnífico 2º lugar en el Faraones de ese año, completando el doblete de la marca, pero sus actuaciones a partir de ese momento siempre estuvieron acompañadas por los problemas. En 1988 los Bäbler fueron alineados en la Baja con el nuevo Patrol gasolina, paso previo al cambio de mecánica de cara a 1989.
Desde que Motor Ibérica entró en los raids internacionales en 1985 me ocupé de la comunicación y cuando se decidió que lo mejor era que un copiloto sin vinculación familiar acompañara a Jorge, se pensó en mi. Con la novedad que suponían los motores de gasolina se creyó con acierto que Hansi sería una pieza mucho más útil como asistencia rápida, lo que significaba tener casi siempre un ángel de la guarda en la retaguardia.
Como con Jorge me unía una cierta sintonía personal, los dos nos ilusionamos por el hecho de formar equipo en el Dakar 1989, a cuya preparación nos dedicamos las últimas semanas de 1988, ya que el París-Barcelona-Dakar empezaba el día de Navidad de ese año. Yo tenía alguna experiencia en África por haber corrido con Zanini el Atlas y Túnez de ese año, pero hacer el Dakar con Bäbler y Nissan eran palabras mayores y por ese motivo intenté prepararme a conciencia. Gimnasio, bici, cursos de navegación, calibración de brújula… los días volaban y casi sin darnos cuenta estábamos en París para las verificaciones.
La familia Bäbler-Bebié al completo nos acompañó en aquella Nochebuena parisina. A medianoche todos fueron a la Misa de Gallo en una iglesia cercana al hotel donde nos hospedábamos, en la Porte de Versailles. El trato con la familia era realmente exquisito, todos tenían unas ganas enormes de que Jorge lograra hacer por fin una buena carrera y en lo que a mi persona concierne las atenciones fueron constantes y eso, ante una aventura que no dejaba de tenerme en guardia, era algo que se agradecía sobremanera y me hacía sentir cómodo.
A primerísima hora de la mañana del 25 de diciembre de 1988, todavía de noche, salíamos desde los jardines del Trocadero para hacer de una tirada el desplazamiento hasta Barcelona. La excelente sintonía siguió en esos primeros compases y al día siguiente, cuando disputamos la prueba especial de la Zona Franca. Habíamos tomado notas “tipo rally” y no nos fueron nada mal, marcamos el 22º tiempo, primeros españoles, y eso creó expectativas en nuestro entorno. Al día siguiente volamos a Túnez y allí empezó el auténtico Dakar.
Túnez, Libia, Niger, Malí, Guinea… el Dakar africano era la bomba y acompañar a un fenómeno como Jorge Bäbler, toda una experiencia. Nunca me consideré un navegante de primera, yo era un copiloto de rallyes pero sea por la preparación o por ir tan bien acompañado, lo cierto es que tengo un excelente recuerdo del trabajo desarrollado en aquel Dakar. Combinábamos aciertos con ligeros desajustes de rumbo, lógicos en el desierto pero en absoluto graves al saberlos corregir con rapidez. El ritmo era bueno, en las pistas de clara conducción Jorge me recordaba el pilotaje veloz en un rally de tierra, sólo que a una considerable altura del suelo. Recuerdo el 8º puesto entre Agadez y Tahoua, que nos hizo ascender hasta la 13ª plaza. O el 14º y primeros españoles entre Dirkou y Termit, en una etapa de dunas y navegación. Copilotar a Jorge Bäbler fue una experiencia colosal.
Velocista yo, en la arena a veces le espoleaba pero Jorge siempre me frenaba: “no sabes el daño que nos podemos hacer si nos comemos una duna, atacaremos donde sea factible”. Jorge tenía mucha razón y más tras comentarme cómo fue el vuelco del año anterior con Hansi, al salir volando de una duna cortada en vertical.
A medida que la carrera avanzaba el Patrol empezó a experimentar problemas. Además, la carrocería iba cediendo y por las puertas de fibra entraban a menudo auténticas nubes de polvo que hacían la respiración imposible. Recuerdo a un Bäbler con los ojos llorosos, cegado y con el rostro blanco por la polvareda. Era un suplicio, pero nosotros íbamos avanzando. Entre Termit y Agadez, tras superar un erg (cordón de dunas), nos lanzamos a saco por una pista bien trazada que nos llevó a la ciudad de los tuareg en 14ª posición y con un día de descanso por delante. La verdad es que fuimos superando obstáculos hasta llegar a la fatídica 14ª etapa, 9 de enero de 1989. Salimos a las 9:09 (aún poseo la hoja de control), en una hora llegamos a una inmensa planicie con kilómetros por delante y algo de vegetación. Navegábamos por el típico sahel en una pista bastante clara en zig-zag pero que a menudo desaparecía, completamente cubierta por el fesh-fesh tan característico de este tipo de desierto.
El problema era que en aquel inmenso paraje tenías a menudo que ir sorteando por libre arbustos y pequeños árboles. La etapa era de pilotaje puro, favorable a nuestros intereses, pero las trampas que se esconden debajo de esa gran cantidad de polvo pueden ser letales.
En uno de los balanceos, el Nissan entró de costado en una rodera completamente escondida a la vista. Catapultado por ese surco profundo, el Patrol se puso en dos ruedas y empezó una serie de vueltas de campana que lo dejaron prácticamente desecho. Ninguno de los dos sufrió daño, pero nada más salir y ver el estado del coche, se nos hundió el mundo. Pasó Hansi y también el camión de asistencia, al que yo me subí con rumbo a Bamako. Jorge quiso permanecer en aquel paraje solo, prender fuego al coche y subir luego al camión escoba.
En el interminable camino hasta Bamako, sentado como podía en el habitáculo del camión Mercedes que conducía Philippe Ligue, la cabeza no paraba de pensar. Tras haber perdido más de 4 horas entre Niamey y Gao por problemas de transmisión, éramos 18º y en una etapa favorable lo habíamos perdido todo. Las caras nada más llegar a Bamako, ya de noche, eran largas, y cuando llegó Jorge poco más se dijo, pero Bäbler guardó la entereza. Cuando la carrera retomó la marcha al día siguiente, nosotros nos quedamos en Bamako ya que Air France no tenía vuelo para Europa hasta 3 días más tarde.
Allí consolidamos nuestra relación, hablamos mucho del Dakar, de su etapa en los rallyes, de los pilotos con que había coincidido, de sus inicios, de Tere, los hijos, la familia, de sus padres… Jorge Bäbler se mostró ante mi como un ser fuerte y decidido pero sensible, con el espíritu competitivo que le hizo famoso con los Seat, pero sabedor que la vida es algo más. Me sedujo completamente su categoría humana.
Las relaciones de Jorge con el equipo no pasaban por el mejor momento y no por el accidente, sino por los muchos problemas que estaba arrastrando desde hacía muchos meses y carreras. Además, el piloto líder del equipo era con claridad Miguel Prieto y eso era inamovible. Jorge sabía que allí, esperando en Bamako, finalizaban sus opciones en los raids de alto nivel, como así fue. Aquel mismo año condujo para Antonio Zanini uno de los Suzuki Proto en la Baja, pero su camino deportivo no fue mucho más allá. También ese 1989 recuerdo con nostalgia que Jorge nos hizo de ouvreur en el Rally Costa Brava, ya que yo corrí esa temporada con Mía Bardolet en el Ford Sierra de grupo N.
Seguimos en contacto, con Jorge nunca dejé de tener una muy buena relación hasta aquel fatídico 8 de agosto de 1990, cuando una llamada me dejó paralizado.
© Josep Autet