Por Raymond Blancafort.
Esta semana he recibido puntual mail de Herman Liesemeijer e inmediatamente he recordado al malogrado y añorado Javier del Arco, que fue quien a muchos de nosotros nos introdujo en el mundo de la Fórmula 1 y con quien compartí muchas horas… y bastante humo de su pipa.
Liesemeijer es un holandés, la verdad es que no sé si periodista o simple devoto apasionado de los míticos circuitos abandonados. Tiene una página web –www.circuitsofthepast.com– que habla sobre ellos, de sus vivencias al revisitarlos e incluso tiene canal youtube donde muestra el estado actual de los mismos.
Pues bien, esta vez Liesemeijer ha visitado la Rosemeyer Parkplatz, un zona de descanso de una autopista alemana, la A5 cerca de Frankfurt, ubicada justo en el lugar donde Bernd Rosemeyer perdió la vida intentado batir un récord de velocidad, el actual km. 508 de dicha A5.
Aquel día (28 de enero de 1938), Rosemeyer, con sólo 28 años y considerado como uno de los mejores pilotos de su tiempo, tenía como objetivo superar con su Auto Union –diseñado por Ferdinand Porsche– el récord de 442 km/h que estaba en poder de Rudolf Caracciola y Mercedes… pero las cosas no salieron bien.
¿Qué tiene esto que ver con Javier del Arco? Bueno, yo debía tener unos 14 años, 15 a lo sumo, cuando después de comer puse el UHF (ya saben, la TV entonces era en blanco y negro y teníamos sólo dos cadenas, TVE y el UHF) donde daban un programa regional para Catalunya y salían dos jóvenes estudiantes en el plató junto al presentador. Iban a contar la experiencia de un viaje que hicieron a Alemania “para honrar la memoria de Bernd Rosemeyer”, según explicó quien llevaba la voz cantante y comenzó a eslabonar un panegírico del piloto desaparecido, ¡y ese era Javier del Arco! Por entonces Javier creo que aún no se había transformado en “plumilla”, sino que era estudiante de ingeniería aún, porque si la memoria no me falla, Fórmula se creó algunos meses después.
Recuerdo que pensé que era una bobada, algo insoportable –quizás incluso los taché de cosas peores– y apagué la televisión. No podía ni siquiera sospechar que una década después estaría trabajando junto a él en Fórmula, que compartiría con él más adelante la redacción de Solo Auto… y por supuesto algunos viajes a la F1 y particularmente uno al Rallye de Monte-Carlo, que creo fue la única prueba en la que viajé en su coche.
Javier era así. Tranquilo, pausado, como el fumar con pipa, admirador del automovilismo británico y germánico –sobre todo de éste–… esperando cada jueves el correo para leer Motoring News (al menos mientras estábamos en Fórmula). Detallista hasta límites insospechados, contrastándolo todo… y “ocultando” bajo una calma casi total una pasión que lo desbordaba. Éramos completamente opuestos: él, un auténtico historiador del automóvil, como rezaba en su tarjeta de visita, y yo más etéreo, más contador de historias e historietas… pero nos compenetrábamos y sobre todo nos respetábamos muchísimo.
Con Javier aprendí muchísimo, viví muchas anécdotas… y hasta me permití golpear duramente la puerta trasera derecha de su coche en el ángulo de Calafat durante una carrera de periodistas al volante de sendos Talbot 150. Pero esta es otra historia.
Hoy Javier he tenido un recuerdo cariñoso para ti… y para Josefina. Un reconocimiento a esa pasión de los dos que en un momento dado os llevó a crear 4Tiempos, heredero del espíritu primitivo de Fórmula, un auténtico archivo-notaría de la competición, y de tu anuario 4Tiempos, un libro al estilo de L’Année Automobile, en el que hice alguna colaboración.
Y he pensado que allí donde estés, a buen seguro habrás buscado y encontrado a Bernd Rosemeyer. Y quizás le hayas podido hacer esa entrevista que soñaste y que un día te hubiera gustado hacer. Entonces, hace medio siglo, no podía apreciar, no estaba preparado, para entender lo que te movió a hacer ese viaje. Hoy, lo entiendo. ¡Gracias Javier por todo lo que me has dado!
© Raymond Blancafort
Mayo 2020