“Volando voy”, una historia que acaba bien 



En 1990, la exitosa trayectoria de Peugeot en el Dakar se cerró con la participación con 4 coches en la célebre carrera: dos Peugeot 405 T16 Grand Raid para Ari Vatanen-Bruno Berglund y Björn Waldegaard-“Fenouil” y dos unidades Peugeot 205 T16 Grand Raid para Alain Ambrosino-Alain Baumgartner y Philippe Wambergue-Jean da Silva. Los dos modelos del león competían juntos en una edición que no tan solo dominaron, sino que alcanzaron el triplete, el podio entero con los tres primeros equipos citados.

Aunque los 405 eran los coches de punta, los 205 seguían siendo coches muy competitivos en los desiertos africanos y el podio de Ambrosino (con 1 victoria de etapa) lo demuestra, como también el visualmente deslucido 12º puesto de Wambergue a causa de varios problemas, pero que no pueden esconder sus 4 victorias de etapa, el que más por detrás de Vatanen.

La esposa de Wambergue estaba previsto que diera a luz a finales de enero pero no quiso perderse asistir a la llegada para recibir a su marido tras una carrera en la que brilló, por cierto ganando la última etapa. Para evitar horas de vuelo, la señora Wambergue viajó a Senegal en un Concorde de Air France. Terminada la carrera, y visto que la criatura no podía tardar en nacer (el Dakar llegó ese año al lago Rosa el día 16 de enero), Philippe intentó regresar a casa en el mismo Concorde que lo hacía su mujer.

El resultado de la solicitud fue negativo, obviamente las 100 plazas del pasaje estaban ocupadas, sin asientos vacantes, pero el bueno de Wambergue estaba hecho un flan y eso le transformó en un hombre insistente, tanto que, sin que se sepa cómo lo consiguió, logró simpatizar con el piloto del avión y éste se comprometió a dar solución al asunto.

Wambergue fue al aeropuerto con todo el equipo Peugeot-Camel para salir en el vuelo regular previsto y mientras esperaban todos juntos, sonó por el altavoz: “Señor Wambergue, por favor, persónese en la puerta número 1 para el vuelo de Air France con el Concorde, destino Roissy-Charles de Gaulle”. Philippe, ruborizado pero exultante, tomó sus pertenencias y ante la sorpresa de todos –Jean Todt incluido–, desapareció raudo por la puerta 1.

Ya en el avión, al afortunado Philippe lo recibió el propio comandante, que le indicó cual era su asiento: una pequeña sillita ¡en el exiguo espacio de la cabina de vuelo! En plena noche, vestido Wambergue con la indumentaria Peugeot-Camel, va el comandante y le sugiere, “¿te apetece pilotarlo?”. Sin salir de su asombro, en realidad no tuvo que escuchar la oferta dos veces para creérsela. Wambergue se sentó en el asiento del piloto y si bien quien gobernaba la nave era en realidad el piloto automático, Philippe regresó a casa, con un hijo de camino en la barriga de su madre unos metros más atrás, y con la satisfacción de haber volado en Concorde para verlo nacer. Hay historias que afortunadamente acaban bien.

(Agradecemos al periodista Medhi Casaurang-Vergez, de Auto Hebdo, haber compartido esta deliciosa historia)

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