Rolls-Royce 20/20 (1921), B-12887 



Por Antonio Arderiu Freixa. 

En un anterior escrito explicando mis sensaciones al volante de un Porsche 911 Carrera RS Touring les comentaba que, tras el Rally Catalunya Històric 2018, tuve la emoción –por decirlo de alguna manera–, de pasar de conducir un coche con altas prestaciones deportivas, a ocupar un puesto de chauffeur en un Rolls-Royce de 1921, frase que despertó la curiosidad de algunos de Vds., que solicitaron la narración de esta historia. Así que, para JAS, ahí va…

Cuando era estudiante, andaba siempre canino y debía buscarme la vida para incrementar los ingresos necesarios para mi propio solaz y esparcimiento. Mi padre (e.p.d.) tenía un Rolls-Royce matrícula de Barcelona 12887, color amarillo crema, que era muy llamativo y muy solicitado para películas, particularmente por una productora que se llamaba Estudios Moro. Entonces mi progenitor lo alquilaba, con la condición de que fuera conducido por personas de su confianza a las que la productora daba 1.000 pesetas al día (una auténtica barbaridad para mi) y las comidas y alojamientos necesarios.

¿Recuerdan Vds. una película de 1971 protagonizada por Omar Sharif que se llama “Orgullo de Estirpe” (The Horsemen *)? Esta película rodó exteriores cerca de Madrid y en Almería y, en las escenas finales, se ve a los protagonistas subirse a un Rolls-Royce conducido por un chofer bastante grueso (152 kg última medición) que lleva como ayudante a un mozo vestido con ropas árabes (¡¡como picaban!!). El conductor se llamaba Frederic Morera Montserrat (e.p.d.), amigo de mi padre y conocido como “Morereta”, y el mozo era este su seguro servidor; y el coche, el Rolls Royce paterno de nuestra historia. Este coche también salió en más películas pero, salvo “La Gran Esperanza Blanca” y “También los Ángeles Comen Judías (malísima), en las otras no participé ni, obviamente, cobre mis mil pavos.

Al fallecer mi padre, el Rolls-Royce pasó a mi hermano Pepe, quien acometió una cuidadosa y costosa restauración, que casi le cuesta el divorcio. Aparte del motor, y sobre todo la culata, mejoró mucho el aspecto con un color amarillo algo menos chillón combinado con un beige que le dieron un aspecto, a mi parecer, mucho mas señorial que antes. Es el coche definitivo para cualquier gala que se preste porque, además de glamoroso está, como dicen los británicos, en “pristine condition”.

Estando preparando la salida del Rally Catalunya Històric 2018 me llama Alfonso Arderiu y me comunica que, como consecuencia de haberse roto un brazo, no puede conducir el Rolls-Royce en el Rally Barcelona-Sitges, a lo que se había comprometido con sus primas, o sea, mis hijas. Obviamente, no pude negarme siempre y cuando me acompañara la original tripulación prevista. Y así es que, cuando todavía estaba caliente el asiento del Carrera RS, me montaba en un Rolls-Royce 20/20 Landaulette para el popular Rally de Sitges. Es decir que, en menos de 10 horas, pasé de conducir un coche con 1.075 kg de peso, cinco velocidades y 210 CV a uno de no se cuantas toneladas, tres velocidades y 20 escasos CV. Conmigo venían, además del conductor lesionado, mi yerno, mis hijas y mis nietos. ¡La parte de atrás del Rolls-Royce era como una fiesta!

El Rally Barcelona-Sitges tiene un encanto especial. Es el “London-Brighton” made in Spain. A mi, personalmente, lo que me molesta mucho es lo de vestirme de otra época pues, naturalmente, vas incómodo y con un aspecto que despierta el celo de los acreedores. Pero, en cambio, las féminas se pirran por ello y varios días antes del evento ya andan mirando modelitos y trajes adecuados. Los vehículos son muy singulares y muestran perfectamente lo que suponía conducir en los albores del siglo XX. Y la participación de motos de época yo creo que es una medida acertada e interesante.

Centrándonos en nuestra particular aventura, diremos que la conducción de un Rolls-Royce 20/20, aunque en mi juventud ya lo había llevado, viniendo de la del RS me produjo un “shock” un tanto violento. Para empezar, el asiento es el que es, sin posibilidad de acercarlo o separarlo del volante, seas alto o bajo, y mucho menos inclinarlo. El respaldo es a 90º, te guste o no te guste, tengas las lumbares bien o las tengas mal. Otro tanto la suspensión: ballestas semielipticas rígidas que surgen amenazadoras por el morro del coche, prestas a llevarse por delante cualquier “lady” que vuelva de tomar el té. Su facultad absorbente es pura ilusión y únicamente ayuda en ello la generosa distancia entre ejes del aparato en cuestión. La “tenue de route” depende exclusivamente de la fuerza de gravedad, pues no hay amortiguadores que apoyen. Y el peso hace que, en algunas curvas del Garraf tengas que agarrarte con fuerza al volante para poder negociarlas.

Eso sí, el motor es una joya de suavidad. Tres marchas adelante y una atrás pero, como coche real que era, la tercera te permite hacer el paseíllo por las calles de Barcelona y subir el Garraf sin necesidad de cambiar ni que el coche proteste. Es más, parece que se deslice, con una suavidad que algunos coches modernos desearían, y responde al más mínimo requerimiento del gas sin queja alguna. El cambio es suave pero exige mucha anticipación y delicadeza. Como notas los engranajes en la palanca, únicamente tienes que esperar el momento oportuno para introducir la marcha, que entra con un suave empujón. Y todo ello gobernado desde un “cockpit” muy “british” y con mucho encanto pero que requiere un cierto aprendizaje, al que no estamos acostumbrados: palanca de avance, palanca de flujo de combustible, palanca de aire para refrigerar, “choke” y cierre de gasolina. Y a jugar con ello todo el rally, cual moderno director de orquesta.

El rally sale desde la plaza de Sant Jaume de Barcelona donde, antaño, se servía un suculento desayuno a los participantes que, ese año, fue escaso por voluntad de la actual administración municipal. La salida es tipo m…. el último y se crea un generoso embotellamiento de viejas glorias en la calle Ferran. A partir de ahí, vas todo el rato hasta el inicio de las Costas de Garraf entre dos muros de gente que te fotografía, te agasaja, pide que les saludes, te dan algún que otro manotazo bienintencionado, etc. Todo ello con una tensión máxima de no llevarte a nadie por delante o ensartado, cual pincho moruno, en las ballestas, pues los frenos son un poco escuálidos y, al igual que el cambio, requieren una profunda preparación.

Llegas a las curvas de las costas de Garraf y el público desaparece porque se hace a carretera cerrada. Vamos, ¡como el Turini! Exprimes entonces la potencia del coche y te das cuenta que es la suficiente para ir adelantando a muchos otros, que se sorprenden al ver a semejante aparato hacerles un exterior. Como por ejemplo a Francesc Larroca, que iba fantástico en su Citroen 5CV y le adelantamos arrancándole las pegatinas. Los 20 CV del Rolls-Royce son una maravilla pues permiten ir a buena velocidad, en tercera todo el rato, y sin calentarse ni hacer la mínima protesta. Y todo ello, nunca mejor dicho, con una suavidad digna de un rey. Eso sí, con mucho esfuerzo físico en curvas y frenadas. No es que apurásemos, es que cuando ves en lontananza que se acerca una curva delicada, por ejemplo la del final de recta de la cementera, ya debes ponerte casi de pie en el freno y tener la mano en el de ídem, por si las moscas.

El recibimiento en Sitges es en el Port d’Aiguadolç. Allí los vehículos son estacionados mientras las tripulaciones lucen sus trajes y toman un ligero aperitivo, en esta ocasión, más rumboso que el desayuno de Barcelona. Los turistas que están en aquellos momentos en el Port deambulan entre los coches y excuso decir la cantidad de fotos y “selfies” que se hacen. Del puerto a la Vila, otro paseíllo entre dos muros de gente, con gran número de extranjeros entre ellos. Aquí sí que debimos hacerlo en segunda y una punta de gas, pues era a paso menor que el de un peatón, pero el coche siguió suave y sin calentarse.

En el Paseo Marítimo de Sitges se estacionan los vehículos y se hace la selección, por el Jurado, de los mejores vehículos, motocicletas y, sobre todo, indumentarias, tras lo cual el personal se desplaza en un autobús al Hotel Dolce Sitges donde una magnifica comida pone fin, provisional, al rally. Y se reparten los premios. Debo decir con mucho orgullo que, ese año, el del 60 aniversario, es decir 2018, hubo un reconocimiento especial a mi familia, que asisten desde su primera edición. Creo que fue la primera y única vez que un rally concentró cuatro generaciones enteras de la misma familia. Y también, y con no menos orgullo, que en mi coche iba el que recibió el trofeo al más joven de los participantes, Toni Baixeras Arderiu, con tan solo tres meses de edad.

Decía final provisional del rally porque a los currantes –es decir, los “chauffeur”–, les queda lo más duro: vuelta al garaje, en este caso, en Barcelona, en medio del agresivo y rápido tráfico actual. Imaginaros: de noche, con unos faros no precisamente halógenos que, a duras penas, iluminan el final del morro del vehículo, con unos frenos que no resisten una parada de emergencia sin hacer pinchitos variados, conduciendo desde el otro lado y con el añadido de que, al ir vacío, en los baches el coche entraba en resonancia y hacia el “Jimmy“, que no es que estuviera borracho pero lo parecía. Y, además, con frío. Con mi copiloto Alfonso decidimos que la autopista podía ser una trampa y, afortunadamente, cogimos las costas de Garraf de vuelta. La tercera del Rolls-Royce ayudó a que todo discurriera suave y sin contratiempos y, tras la antigua autovía de Castelldefels, despacito y por la derecha, llegamos sin mayores incidencias, ni personales ni del vehículo, al garaje.

En definitiva, una vuelta a mis origines de cuando era joven y te apuntabas a tirar la caña…

Antonio Arderiu Freixa

(The Horsemen *)
En España se vio en los cines como “Orgullo de Estirpe” y se trata de un magnífico film escrito por Dalton Trumbo y dirigido por John Frankenheimer en 1971, aunque en España de proyectó a partir de abril de 1972. Tiene como protagonista al que representa ser el mejor jinete afgano (personaje que interpreta Jack Palance) y su hijo (Omar Sharif), quien recibe de su padre un caballo de carreras para participar en una prueba llamada buzkashi, algo así como una actividad ecuestre practicada como deporte nacional en Afganistán. Jinete y caballo llegan a una gran simbiosis que es el principal atractivo del film. Columbia Pictures era la productora de la película, que fue rodada en las cercanías de Colmenar Viejo y en el desierto de Almería.  

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