Por Antonio Arderiu.
A mi no me gusta el pollo. Por eso, cuando vi que en esta edición del Ral·li d’Andorra se hacía como tramo especial, nada más y nada menos que dos veces, el “Coll de la Gallina”, (disimulado bajo el nombre “Fontaneda”), pensé: “Uff, ¡¡que duro será para mí!!”.
Y la verdad es que no me defraudó en absoluto. ACA Esportiva organizó un magnifico rally, con cuatro tramos que se hacían dos veces: “Ordino”, el tramo gallináceo, “Canillo” y “Anyós”, nombre bajo el que se escondía la bajada de Beixalís, el screwdriver, que también tiene su miga. Bromas aparte, la verdad es que “Ordino” y “Canillo” son espectaculares por el lugar, la anchura de la carretera y el estado del piso, pero el “Coll de la Gallina” y “Beixalís” (Anyós para disimular) son, para mí, de los tramos más emocionantes que he hecho en esta vida y no tienen nada que envidiar a otras pruebas, quizás más conocidas, pero, desde luego, no tan divertidas. Las medias asignadas a Regularidad también eran para ir con el cuchillo entre los dientes, por lo que, en algún momento, me supo mal no tener el acicate del crono.
El rally lo ganaron, en Velocidad, Joan Vinyes y Jordi Mercader, en un Seat Ibiza Kit Car. Se preveía una pugna cerrada con Gerard de la Casa pero el Mercedes Benz 2.3 de este no le acompañó lo que el piloto merecía.
En Regularidad, los vencedores absolutos fueron Esteban Munné y Olga Feliu, en el Volkswagen Golf, seguidos de Jordi Corbatera y Sergi Giralt, con otro Golf, y de José Manuel López en su Volkswagen Scirocco. Esteban y Olga dominaron el rally de principio a fin, ganando casi todos los tramos salvo los que ganó José Manuel López. Sinceramente, aunque también lo pasé muy bien, noté a faltar en ocasiones el gustillo por probar las medias, que eran bastante altas y obligaban a afinar mucho.
Y es que nosotros nos apuntamos a la categoría de Legend, porque hacíamos debutar (el rally lo merecía) un nuevo vehículo, que Luis había concienzudamente resucitado de un triste letargo. Nada más y nada menos que un Sunbeam Stiletto o Hillman Imp Coupé, de 1964, de 998cc y todo atrás, pero cuyo motor era obra de Roger Nathan y Frank Costin, el Cos de Cosworth. Como no era cosa de hacer experimentos, por ello apostamos por la modalidad Legend, para ir probando y corrigiendo el comportamiento del vehículo sin las dichosas lucecitas del Blunik.
Y, la verdad, es que el resultado fue altamente satisfactorio, pues el cochecito es rápido, tiene bajos, estabilidad y un motor que tira de las 2.000 a las 8.000 vueltas ¡¡sin toser ni calentarse!! experimentando un cambio notable de personalidad (como Mr. Jekyll y el Dr. Hyde) cuando supera las 4.500. Problemas: a) No frenaba en absoluto, b) La segunda saltaba y c) Obviamente necesitaría unos caballitos más. Para que se hagan Vds. una idea, acabé con el pie del freno agarrotado e hinchado del esfuerzo y, en la primera pasado por “Fontaneda”, al llegar al control Stop en la Verge de Canòlich, tuve que pasar al BMW de Domene, que estaba detenido correctamente, porque, en otro caso, lo hubiera mandado al barranco del golpe.
Bueno, a lo que íbamos. La noche anterior había llovido y ya nos imaginamos que, al principio, los tramos estarían húmedos. Sin incidencias especiales en los enlaces, nos lanzamos a la primera pasada por “Ordino” con la curiosidad de saber cuándo nos adelantaría el que nos seguía. Nada más salir, nos enfrentamos a la cruda realidad: la segunda saltaba cuando menos lo esperabas, por lo que subimos con una mano en el volante y otra en el cambio. La cosa fue aceptablemente bien y no nos alcanzó nadie. Vimos a Carles Santacreu en la segunda paella con el coche averiado y lo lamentamos por él, porque es historia viva del automovilismo andorrano y merecía mejor fortuna.
El descenso fue tranquilo, cogiendo las curvas en tercera para no tener que poner la segunda pero apurando, y mucho, con el freno. Seguidamente, el tramo gallináceo que, en el ascenso estaba seco pero, en la bajada, había más agua que en el Ebro. Y la bajada o descenso es precisamente lo complicado.
Subimos bien, estirando la segunda que sostenía con mi mano, y notando la falta de potencia en las tres últimas paellas antes del Coll. Pero el descenso fue realmente complicado. No sabía si poner segunda en las complicadas curvas de bajada, con la emoción de que saltase, o enfocarlas en tercera, con lo cual la frenada se iba alargando. Al cabo de un rato optamos por eso último y el pedal del freno se fue esponjando cada vez más. Ya en la última paella, antes del final, vi por el retrovisor los faros del BMW 2002 de Jonathan Domene, al que cedimos gentilmente el paso, para encontrarlo en el stop y tener que hacer una pirueta para no enviarlo barranco abajo, a él y al control.
Y, cuando crees que lo peor ya ha pasado, te queda el descenso hasta Bixessarri, con la calzada más estrecha, las paellas más pronunciadas e inclinadas y el asfalto bacheado. En algunas tuvimos que tirar de freno de mano y llegamos abajo con un tufillo a pastilla frita que hacía girarse a los escasos peatones que encontramos.
Nueva excursión a “Ordino” y nuevo tramo. Sin complicaciones, allí vimos que el coche estiraba mucho, por lo que subimos casi siempre en tercera entre 6.000 y 8.000 vueltas y gastamos la segunda solo para las paellas. Descenso tranquilo para ahorrar freno y tramo excursión al “Coll de la Gallina”. Lo iniciamos sin querer apretar mucho después del trato que le dimos en “Ordino”. Subimos entre 5.000 y 7.000 vueltas y, en el descenso, esta vez sí, tercera y freno de mano cuando hiciera falta, que la hizo, sobre todo en aquellas tres paellas enlazadas…
Una buena fideuá marcó el ecuador del rally. Tuvimos tiempo, mucho, de descansar y preparar la tarde y aprovechamos para algunos arreglillos en el vehículo, como, por ejemplo, el cuentakilómetros y la distribución, que después del trato que le otorgamos subiendo a la “Gallina”, hacía un poco el burro. Seguidamente, y a ritmo tranquilo, nos dirigimos al primero de la tarde, “Canillo”.
La subida al Coll fue bien y rápida. E igualmente bien el descenso, donde nos dedicamos a probar si segunda y ahorrar freno, o bien tercera y a lo que salga. Después de mucho platicar entre los dos, llegamos a la conclusión que la siguiente pasada, tercera y cuarta hasta que los frenos dijeran basta. Un problema añadido es que, en marchas largas, pierdes motricidad y agarre al salir de determinadas curvas, pero eso era el mal menor.
Después de “Canillo” y tras un breve enlace venía “Anyós”, otrora conocido como Beixalís. Aquí la subida fue bien, mano al volante y la otra en el cambio en las paellas que, afortunadamente, no son muchas y son de buen negociar. Pero en el descenso hay un punto delicado: el screwdriver, que son cinco paellas entrelazadas con un notable estrechamiento de la calzada, una casa a la derecha y el vacío enfrente para que no te pases, donde pusimos la segunda que, naturalmente, saltó en el momento más delicado y tuvimos que darle un toque al freno de mano.
Tras un breve descanso, últimos tramos del día. “Canillo” fue casi rayando la perfección. Subimos bien al Coll y bajamos a todo trapo en tercera y cuarta, dejando deslizar el coche en las anchas paellas. Incluso nos marcamos alguna derrapada, que no dejan de ser una pérdida de tiempo, pero pruebas son pruebas... Y de “Canillo” a “Anyós”, el último del día, que también bajamos a buen ritmo y sin poner la segunda. Eso sí, en el sitio más delicado vimos el guarda raíl a centímetros de nuestras narices. El que purgó esta, por decirlo de alguna manera, temeridad, fue el comisario del control Stop, que no nos lo llevamos por delante de milagro pues el freno ya estaba en las últimas.
En definitiva, un muy buen rally, excelentemente organizado y con unos tramos realmente divertidos y difíciles. ACA CLUB hizo una excelente labor, con una organización cuidada y un recorrido muy bien pensado. Espero poder volver en nuevas ediciones pues, la verdad, vale la pena. Eso sí, sigue sin gustarme el pollo.
Antonio Arderiu Freixa
Esclades-Engordany, 22 de septiembre 2023
JAS Info Service