¡¡No pudo ser!! ¡¡A la novena fue la vencida!! Después de ocho participaciones con llegada incluida, este año el “A Centododici” nos la jugó y nos dejó tirados, en Privas, con la culata agujereada y sacando un humo blanco que parecía que anunciase “Habemus Papam”. Cosas de los rallys…
Pero vayamos por partes. Salíamos el día 30 de enero desde Turín. Elegimos esta ciudad para poder ir antes en barco hasta Génova y de allí a la salida, a golpe de gas, por autopista, para poder encontrarnos con la asistencia en Gap la misma noche del 30. Pero GNV suprimió todos los barcos del mes de enero, así que el coche tuvo que ir a la salida rodando. A pesar de ello, yo prefiero la salida de Turín a cualquier otra de las actuales, pues el recorrido de concentración suele ser mucho mas cómodo y descansado.
Desde Turín también salía el equipo de Garatge Internacional, con Enrique y Martín Lukasiewicz y Carlos Berisso y Dani Robledillo, todos ellos también en A-112. Y, aparte de ellos, salía otro A-112, el de Carlo Merenda que es también un experimentado en estas lides. Junto al parque cerrado del Monte-Carlo había otro parque con coches de competición italianos, los cuales tenían la misión de acompañarnos uno por uno hasta dejar Turín. Los Lancia Delta Integrale, los Fulvia “Fanalone”, los 037 y los Stratos parecía que los regalasen, de la cantidad que había y que harían la delicia de cualquier aficionado como yo. Y los Delta S4, que eran la estrella, también abundaban y pude examinarlos en profundidad.
Este año salíamos con el número 29, es decir, de los primeros, Luis con licencia del ACM y yo con mi licencia andorrana tramitada gentilmente y en tiempo récord por el Automòbil Club d’Andorra. Y enfundados en nuestras PKRS, porque hacía un frío más que considerable. Escoltados por un HF Integrale salimos de Turín, sin hacerle demasiado caso porque el otro año ya nos hizo un encantamiento. Rutómetro en mano solo me perdí una vez y la salvé honorablemente, haciendo un “pase saleroso” en medio de una avenida, afortunadamente sin carabinieri.
La ruta hasta el primer CH nos hacía pasar por Carmagnola y Pinerolo, más que nada para animar a la población que, en masa, se concentraba por donde pasábamos y nos animaban, sobre todo a los que llevábamos una “macchina” italiana. Después de Pinerolo empezaba la subida a Sestriere y, a los pocos km y hasta la cumbre, ya encontramos nieve, que superamos sin problema con neumáticos de invierno. Llegamos a Sestriere con bastante adelanto, nosotros y todos los demás y, como en la zona de espera advertimos que había una pizzeria, allí que nos fuimos. Pues no, el dueño del local, que podía haber hecho una caja que le hubiera salvado la semana (no había un alma en la calle), soltó el consabido “désolé” y nos dejó con la miel en los labios, o “amb els pixats al ventre”, que es más catalán.
De Sestriere a Gap la cosa no tuvo más historia que el descenso nevado hasta casi Briançon, que realizamos acompañados de un Skoda Rally, de una pareja rusa, que corría como un demonio. Su piloto nos dijo con orgullo que era el BMW comunista. Llegamos a Gap con una hora de adelanto y, como habíamos avisado a la asistencia, nos buscaron habitación para dormir, en un Ibis que hay a la entrada. Así que, antes de pasar por el CH, fuimos al hotel, descargamos la impedimenta y cenamos, tripulación y asistencia, en mi habitación con lo que teníamos previsto porque, obviamente a aquella hora, en Francia no sirven cenas ni “a Dieu”. Cenados y perfumados, pasamos el CH donde nos dieron 12 horas para llegar al próximo, que era el de Crest.
Ante esto, nos fuimos a dormir cómodamente al hotel y nos dimos seis horas antes de reemprender la etapa de concentración. Nos levantamos puntualmente a las 8, desayunamos sentados en el buffet del hotel y salimos hacia Crest en compañía de unos noruegos en un BMW Glass Coupe y de unos ingleses en un R5 Alpine. En definitiva, ¡¡una etapa de concentración de cinco estrellas!! ¡¡Nada que ver con el año anterior!!
El camino hacia Crest fue cómodo y relajado. Empezamos con sol pero, cerca de Acremont, ya desapareció y empezamos a ver nieve en los lados de la ruta. Subiendo el Col de Chabre en medio de una humedad y niebla importantes, el coche “tosió” un par de veces, a lo que no le dimos importancia pues íbamos a la última campanada de gasolina. Corregimos este detalle a la entrada de Die, donde lucía un sol esplendoroso y pareció que la “tos” desaparecía. Llegamos a Crest con una hora de adelanto sobre nuestro horario teórico y pudimos charlar con los compañeros y ver en detalle los magníficos vehículos que participaban.
El siguiente CH estaba en Chabeuil, a escasos 32 km de Crest, lo que no acabé de entender, salvo que fuera una maniobra de relaciones públicas del ACM, que de eso sabe mucho. En Chabeuil la población estaba casi toda en el control y nos amenizaron la espera con delicatessen y productos locales, entre ellos vino caliente, que me sigue pareciendo un sacrilegio.
De Chabeuil a Valence un corto paseo que superamos con dignidad y sin tropiezos. Y en Valence, sobrados de tiempo, instalación del Trippy y al hotel, donde llegamos con tiempo sobrado para cambiarnos y salir a dar un paseo, ¡un lujo nunca visto! Cenar una andouillette de Troyes puso fin a un día realmente descansado.
Al día siguiente amanecimos a las 6h, desventaja de llevar un número bajo. A las 7.15h, ya desayunados, estábamos en parque cerrado, donde el A-112 se puso en marcha al primer requerimiento. Salimos y enfocamos dirección al primer tramo en el Vercors. Cuando ya estábamos en ruta, nos llegó el mensaje de Félix Colina de que había nieve en el Col de l’Echarasson, por lo que quedamos con la asistencia en Chabeuil para poner ruedas de clavos que, además, estrenaríamos. El día era gris y frío, muy frío.
Realizada la asistencia, al primer tramo, el temido Col de l’Echarasson. La subida ya fue propia del Monte-Carlo: niebla densa y aguanieve todo el rato que, pasado Saint-Jean-en-Royans, ya era nieve. Llegamos a la salida y enfilamos el tramo. La verdad es que yo me encuentro bien en el Echarasson y esta vez no fue la excepción. Subimos a buen ritmo, con la luz azul mucho rato encendida, sin hacer el burro en las paellas del principio llenas de espectadores que, encima, tiraban más nieve a la calzada. Al ser de los primeros en pasar, todavía no se habían formado roderas y era nieve lisa lo que, una vez cogido el ritmo, te permitía ir muy seguro, sin extraños ni deslizamientos que no fueran los que nosotros mismos provocábamos. Al llegar al “subito a sinistra”, lleno de gente, la nieve disminuyó considerablemente pero no desapareció, y nos enfrentamos al Col de Carri, también nevado en gran parte pero sin niebla. Subiendo un tanto eufóricos, nos encontramos con un Alpine moderno de un espectador que no sabía ir por nieve, cruzado en la calzada, y no nos estampamos por pura casualidad. El hecho nos cortó el ritmo y nos hizo perder la media por lo que nos cayeron 1000 puntos, casi de golpe, que suponían ir el 103 de la general.
Acabado el tramo, en La Cime du Mas empezó nuestro calvario. Saliendo del stop y en el “plateau” del Vercors, el coche empezó a toser, para pararse definitivamente pasado Vassieux-en-Vercors. Y no había forma de ponerlo en marcha hasta que probamos con el ‘starter’ a fondo. Se puso en marcha pero, ciertamente, acelerado. Así, con el coche acelerado, neumáticos de clavos, niebla y hielo tuvimos que bajar el Col de Rousset que, para el que no lo conozca, es como Collsuspina pero a lo bestia. La verdad, fue un poco peliagudo. Al llegar a la entrada de Die, donde lucía un sol esplendoroso, misteriosamente el A-112 se arregló, sacamos el ‘starter’ y fuimos a todo trapo hasta la segunda especial, St. Chichiliane, sin problemas ni toses. Por el camino nos paramos a socorrer a los rusos del Skoda que tenían problemas eléctricos y Luis les dio instrucciones de cómo resolverlo. Para nuestro pequeño anecdotario, observamos que la “navigator” del Skoda iba con zapatillas de borreguito, de esas de estar por casa, ¡¡genial!!
La salida del tramo era un autentico caos porque, a pesar de ser una carretera indigna de este nombre, a pesar de estar profusamente advertida la celebración del Monte-Carlo en todo el recorrido anterior, a pesar de las luces y los controles, estaba más concurrido que la Castellana en una final Madrid–Barça. Y, como además dos coches no pasaban debido a la estrechez de la calzada todo era una desorganización enorme, de bocinazos, griteríos y nervios. Para colmo llegó la “estrella” del Stratos 33 (que hace cierto el dicho de que Dios da pan al que no tiene dientes) que dijo que él tenia que pasar primero y se puso delante de los que esperábamos, cerrando el paso a todo el mundo. Más discusiones y grescas con los comisarios y con los otros participantes que esperaban, educadamente, su minuto para salir.
Nosotros tomamos la salida detrás de un Escort. La subida fue bien, sin nieve y con un día soleado. Penalizamos un poco en las paellas por falta de CV pero, personalmente, me sentía cómodo. Al llegar a lo alto del Col de Menée vimos mucho publico que había tirado nieve en la calzada. Seguidamente cruzamos un túnel oscuro y estrecho que allí hay y, al salir: ¡¡oh sorpresa!! ¡¡Niebla y nieve otra vez!! La salida del túnel tiene una izquierda delicada, llena de espectadores que tiraban más nieve, y luego siguen una serie de curvas de radio estrecho y algún puente delicado. Me volví a poner en “modo nieve” y empezamos a apretar para mantener la media. Lo malo es que, como ya he indicado, había mucho tráfico extraño en la ruta que nos obligaba a ser extremadamente cuidadosos y no deslizar el coche.
Al poco de iniciar el descenso vimos al Escort asomando la popa por un barranco y, más allá, un Alfa que no había acertado la entrada a un puente. Sin prisas, pero sin pausas fuimos completando la especial, debiendo detenernos en dos ocasiones por el tránsito en contra, que, repito, era numeroso: que si La Poste, que si un camión de reparto, que si un Volvo de unos que querían ir de carreras, etc. etc. Es lo que tiene que no cierren la carretera, que la gente no hace caso. Al final, en el tramo de abajo, que empezaba a estar libre de nieve, apretamos para recuperar tiempo y puntos y finalizamos el tramo con 960 puntejos, que significaba situarnos el 98 de la general, ya dentro de los 100 primeros.
Como habíamos perdido mucho tiempo con el coche en el Vercors, apretamos para no penalizar en el CH de la Gare de Clelles, nos saltamos la asistencia y entramos en el pueblo a todo trapo, tocando la bocina para apartar al público. Entramos en nuestro minuto exacto tan apurados que hasta la señorita del control se rió. Pero… las desgracias no vienen solas, al salir y poner primera, el coche dio una sacudida y la marcha saltó. Agarrando la palanca fuerte con una mano, conseguí que se mantuviera, pude cambiar a segunda y continuar. Paramos en la asistencia a la que habíamos llamado y no acertamos a ver a qué se debía el problema, así que, tras el repostaje nos dirigimos al tercero del día, el Col de Carabès.
Cuando llegamos, había una cola considerable para salir. Al intentar ir avanzando, el cambio se negó a funcionar y tuvimos que pedir algún que otro empujón. Cuando llegamos a la salida, decididamente dijo no y fue imposible arrancar en primera, por lo que arrancamos en segunda. Cuando cogimos el ritmo y empezamos a subir, el coche empezó a ratear. Como pudimos alcanzamos el Col de Carabès y, cara abajo, fue mucho más fácil, a pesar de que, como en el Col de Menée, el descenso también estaba nevado. En estas condiciones llegamos a final de tramo, donde decidimos que así no podíamos seguir y que sería mejor aceptar los 30.000 puntos por saltarnos un tramo para aprovechar y procurar arreglar el desaguisado.
Así que llamamos a la asistencia y, en un parking cerca al final de tramo, improvisamos un taller y levantamos el A-112. Allí advertimos que un soporte del cambio había perdido su sujeción. Luis y Jordi consiguieron sujetarlo de nuevo y, una vez hecho esto partimos como un cohete hacia el CH de Crest para no quedar fuera de carrera. Lo malo fue que, en este enlace, ya vi por el retrovisor que cada vez que cambiaba soltaba humo blanco por el escape, lo que me dio mala espina.
De Crest a Valence fue un suplicio porque no andaba ni a tiros. Nos paramos para ver qué se podía hacer y, con el tiempo que perdimos, “palmamos” seis minutos en el CH, pero es lo menos que nos podía haber sucedido. Dejamos el vehículo en el parque cerrado y, cariacontecidos, nos fuimos al hotel a cenar y esperar mejores tiempos.
Al día siguiente nos levantamos con la esperanza de que, poniendo aceite y agua, aguantaríamos hasta el lunes que es cuando podríamos conseguir los recambios para reparar el vehículo. Pero el día ya empezó mal. El A-112 que, hasta aquel momento, se había puesto en marcha al primer requerimiento se negó a arrancar. ¿Saben Vds. el bochorno que me entra el tener que pasar empujando el CH de salida? Pues eso… y nada más salir, aparcados sobre la acera cambiando bujías. Al final arrancó en medio de una intensa humareda y salimos disparados hacia el CH de Privas. Al principio fue bien a pesar del humo pero, cuando abandonamos la circunvalación y cogimos la carretera general, empezó la humareda y volvió a ratear. Seguimos como pudimos, pero en la subida a Privas definitivamente dejó de trabajar un cilindro y llegamos al CH en medio de una intensa humareda. Decidimos entonces abandonar en evitación de mayores males. Y este fue el triste final de mi noveno RMCH.
Decepción, rabia, impotencia y tristeza es lo que sientes cuando abandonas una cosa por la que has luchado todo el año. Pero no es hora de mirar atrás. Sabemos que el Monte-Carlo es un rally muy, pero que muy exigente y la enseñanza es que hay que prepararlo mejor. No basta con los medios habituales, con buscar rutómetros, pactar ‘ouvreurs’, reconocer tramos, hay que cuidar el material empezando cuando acaba la edición precedente. Y hacer pruebas y más pruebas. Y ello me propongo en el futuro…
Lo he dicho en ocasiones. A mi, el RMCH me apasiona. Tiene su dosis de improvisación, aventura, sorpresas y dificultades que, para mi, lo hacen sumamente atractivo. El espectáculo de las asistencias, los parques cerrados, los tramos, todo ello me entusiasma. Has de mantener una atención constante porque no sabes qué vas a encontrarte en el kilómetro siguiente. Y tomar decisiones: que si los neumáticos, que si aprieto para llegar al CH o repostamos ahora, etc. etc. Como he dicho en otras ocasiones, es una prueba deportiva para séniores, como puede ser el golf o la vela de altura. Tomemos de ejemplo al Rey Emérito de España que a sus 83 jóvenes años gana pruebas de vela… pues eso es lo mismo. El que espere una paseo por la Costa Azul, con degustación de la gastronomía local y admiración del paisaje, que ni se le ocurra ir a verlo. Insisto y creo que los que lo han probado coincidirán: es exigente, muy exigente.
Decía el año pasado que, a mi modo de ver, había experimentado un cierto declive y lo atribuía al coste de la inscripción y a la incipiente pero fuerte competencia de otros eventos. Este año el coste de inscripción había descendido (parece que me leyeron), descenso que se produjo quitando la noche primera en Mónaco y convirtiendo en “extra” la cena de gala. La cosa no funcionó por lo que reconozco que me equivoqué y, como para mi desgracia tuve mucho tiempo para curiosear y hablar con unos y con otros, organizadores, participantes, sponsors, federativos, de toda esta serie de investigaciones me surge un motivo en el que no había pensado y que creo que es real.
Al abrir la inscripción a coches más modernos, la participación se ha convertido en un Plan Renove. Tres modelos dominan la lista de inscritos: VW Golf, BMW 320/323 y Porsche 924. Por tres Stratos y tres Quattro (alguno más falso que Judas), lo demás son, en su mayoría, los modelos citados. Ello hace que el que tiene un coche singular apto para el RMCH no lo saque, para no tener que competir con esos o, si tanto le gusta el RMCH, adquiere uno, que le saldrá más barato que un Ford BDA por poner un ejemplo, y a batallar en igualdad de condiciones.
Les pongo un ejemplo: ¡no había ni un solo Coccinelle! Y el destacado con ellos en anteriores ocasiones, iba en un Golf. Creo que es este el motivo que gran parte de los que quieren ir “a por nota” se hayan pasado a la media baja, como, por ejemplo, el vencedor de este año. El año en que gane uno de esos modelos citados, me temo que, muy a mi pesar, se iniciará un declive imparable salvo que se ponga remedio ya. ¿Qué solución tiene? Pues, francamente, no lo sé. Sí sé lo que yo haría y hago en los eventos en los que intervengo en la organización, pero, líbreme Dios de dar lecciones a nadie y menos al ACM. Lo que sí puedo afirmar es que, o ponen remedio a muy corto plazo, o les desaparecerá la prueba más rentable que tienen.
El rally lo ganaron Michel Decremer con Jennifer Hugo, en un Alfa Romeo Giulia TI de 1965, a media baja como he dicho. El segundo lugar fue para Luis Climent, acompañado de Carles Jiménez, en un BMW 323Ix de 1981. Álvaro Ochagavias y Manolo Macho fueron novenos con su Porsche 911T 2.4 de 1973 y ambos equipos estuvieron a punto de dar la campanada. También se clasificaron muy bien Andreu Vidal y Ferran Sacristán, que iban rapidísimos con su Mini Cooper S de 1970; en general, los españoles hicieron un más que digno papel. Pero, para mi, los auténticos héroes del Monte-Carlo 2025 fueron Julie e Ian Wright, expertos deportistas que salieron con un Renault 4/4 de 1955, a los que la asistencia que habían contratado les dejó tirados ya en la salida, que además afrontaron la tormenta de nieve antes de Saint-André-les-Alpes, que hicieron todo el rally con los medios que pudieron y sin ayuda, y que se clasificaron dignamente. Ellos encarnan el autentico espíritu que dio lugar al Monte-Carlo.
Y ahora a preparar el del 2026, desde ya mismo y con la lección aprendida. La gran duda: ¿A-112 o nueva montura?
© Antonio Arderiu Freixa
Escaldes Engordany, 10 de febrero de 2025
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