Por Raymond Blancafort.
Viendo las fotos de Joan Franquesa y Vicenç Nubiola con sus Seat 850 Sport Coupé, el famoso ‘903’ (que así parecía tener nombre de Boeing), junto con otras de Jordi Catón, Mario Ángel Martín a José Mª Fernández que nos ha brindado este verano JAS, me he acordado de muchos otros pilotos que pasaron por los 850 Especial o los Sport Coupé, algunos populares, como Jordi Bea o Salvador Bohigas y otros menos conocidos como Tomás Llasat y Eduardo Palacios.
El Seat 850 Especial es un coche muy especial para mí. Fue el primer coche que conduje ‘legalmente’ (bueno, ya había hecho con él algún pinito ilegal). Recuerdo el día que llegué ufano a casa a la hora de comer con el flamante carnet recién obtenido. Tras el postre, mi padre me dijo: “debes estar más impaciente que contento”… y me deslizó las llaves del 850 Especial.
Claro, yo vivía al lado de La Rabasada, entonces prueba emblemática de montaña, así que ya pueden imaginar donde hice mis primeros kilómetros legales. La escena se repetía cada medio día: La Rabasada y, si iba mejor de tiempo, con bajada hasta Sant Cugat incluida. Algún día, Flor de Maig, que estaba asimismo a tiro de piedra. Y siempre había la posibilidad de Vallvidrera o alguna noche, ya con más tiempo, Santa Creu d’Olorde… ¡que gozada pasar de nuevo esta semana! El trazado está con buen piso, un poco más ancho pero muy poco… ¡y sobre todo intacto!
Y, claro, llegó el día en el que el pobre Especial acabó donde tenía que acabar, en un talud de tierra, tras un trompo, en la misma curva que días antes había estado viendo la Carrera en Cuesta Sant Cugat-Tibidabo. Bajar en autostop a casa, decirle a mi padre que avisara a la grúa, etc.
Casi un mes más tarde mi padre fue a recoger el coche recién reparado del golpe. Yo no osaba decir nada, pero al acabar de comer me deslizó de nuevo las llaves del coche y me dijo: “lo estarás deseando”. Y así, con más prudencia por la lección aprendida, volví a disfrutar de la conducción a la hora del café.
Recuerdo muy especialmente cuando me lo dejó para ir a hacer de control a los 2 Días de Enduro de L’Espluga de Francolí, con las carreteras por las que ha pasado recientemente el Rally Catalunya, aún de tierra, incluida la subida a Prades, ¡¡gozada!! O el coche que me permitió cronometrar Les Corbes solito y sin ayuda en el primer Costa Brava válido para el Europeo.
Pero también fue el primer coche con el que corrí de copiloto. Y muy especialmente recuerdo el día de Reyes de 1971. Aquel día sólo tuve un regalo: un sobre de carta con un papel sellado por el banco. Era el permiso paterno para poder sacarme la licencia de piloto. Entonces necesitabas no sólo tener 18 años sino además un año de carnet y si eras menor de 21 años el permiso paterno. Fue la mayor alegría de mi vida.
Y el 8 de enero de 1971, el día que se reanudaban las clases en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales me faltó tiempo para localizar a Tomás Llasat, con el que compartía curso –en teoría, porque “hacer campana” estaba a la orden del día– para comunicarle la buena nueva. Me invitó de inmediato a correr con él el Rally de la Lana, en Sabadell, el 27 y 28 de febrero. ¡¡¡Que emoción!!! Y que apuros para comprar el casco, un AGV negro en Can Armangué, claro.
Por aquel entonces no se necesitaba nada para correr: el desconectador de batería y un extintor y ‘prou’, ni barras, ni baquets, ni parabrisas triplex, ni cinturones arnés. Por no llevar, ni flexo que no había pasta, ni siquiera embudo. Unas clases de como tomar notas dadas por el propio Llasat, notas pasadas a limpio y con colorines con una libreta grande…. y a la pista.
Recuerdo los apuros. La libreta en una mano, la linterna para leer las notas en la otra, aquellos cinturones que se aflojaban y te obligaban a hacer fuerza con los pies para no moverte demasiado en el asiento. Y gritando para que el piloto te escuchase: eso del embudo no se había inventado todavía.
La anécdota del rally. En un control horario que estaba a contramano me baje del coche, fui al control y le hice la señal para entrar en el momento oportuno –ni pensar tener un cronometro horario, tenía un crono contador que me permitía saber el tiempo de tramo y el que llevábamos desde el control anterior para ver si íbamos bien en el enlace–, con aquellos coches los enlaces eran ‘peu a sac’ la mayor parte de las veces, porque debías ganar tiempo para la teórica asistencia, si la tenías, o para poner gasolina en la gasolinera de turno, y no me di cuenta que el suelo estaba helado. Total que resbalé quedando por delante del coche de Tomás que, al no verme, adelantó un poco el coche porque entraba el siguiente coche… con lo cual ‘me atropelló’, bueno, me llevé un golpe (flojito, eso sí) en la pierna.
Tomás, estudiante, estaba tan pelado como yo. Para ganar algún dinerillo algunas veces le dejaba el 850 a Salvador Bohigas para que entrenara y tomara notas. También procuraba enterarse cuando algún piloto necesitaba rellenar la clase para ofrecerse a cambio de que le pagaran la inscripción. Volvimos a correr juntos el Guilleries, aquel primer Criterium Guilleries en Viladrau que llovió a mares (se disputó los días 13 y 14 de marzo de 1971). Esta vez no acabamos: en la segunda pasada por Ossor, de bajada, en una bañera de agua, no sólo nos entró esta por debajo de las puertas ya que por si fuera poco se mojó la parte eléctrica del motor. Como no se abría la carretera entre pasada y pasada, tuvimos que esperar más de 4 horas, en invierno y con el coche ‘inundado’, hasta que nos recogieron.
Fue una época bonita y curiosa. Lo más importante en ella era convencer a tu padre o a tu madre, que el coche que necesitaban era un 850 Especial… o un Sport Coupé 903. Si había ‘posibles’, que te lo comparan, si no que lo compraran para ellos… que tú ya se lo ‘tomarías prestado’ las noches de sábado a domingo. Muchos comenzaron así: recuerdo a Vicenç Aguilera conduciendo los coches de la madre de Xavier Conesa, su copi, primero un 850 Especial (¿o un Coupé?) y después del 1430, que ya era palabras mayores. Y tanto uno como el otro (desparecido prematuramente Xavier) han sido personajes muy claves en nuestro automovilismo.
Curioso. Cuando Seat decidió sustituir el 850 por el 133, el primer coche que no tuvo carrocería Fiat, ya trabajaba ‘juntando letras’ en la revista Fórmula. Fue el primer coche del que escribí la prueba, gracias al encargo de Jordi Viñals, director de la revista. Recuerdo que pocos días después Jordi recibió una nota de Dimas Veiga, a la sazón jefe de prensa de Seat en Barcelona, con una fotocopia del artículo y subrayados los 35 adjetivos que no le habían gustado. Pero esa es otra historia. Con Dimas nos conocíamos porque él era un gran ‘motard’, trialero sobre todo, y yo hacía muchas veces de control de trial y seguimos siendo amigos; incluso trabajamos juntos varios años en Sólo Auto/Sólo Moto.
Raimond Blancafort
Barcelona, 15 de junio de 2019