Por Josep Autet.
Cruzo la calle y me dirijo hacia mi coche, aparcado justo enfrente pero al otro lado del asfalto. Al cambiar de acera paso por el lomo de lo que en su día fue el rasante del estadio, en el mismo punto donde Rolf Stommelen salió volando tras perder súbitamente el alerón trasero de su Embassy Hill GH1-Ford nº 22. Era 1975.
Cuantas cosas pasaron, décadas atrás, en este mismo lugar… Me monto en el coche, la tranquilidad es casi absoluta en ese momento, son las 9 de la noche y la mayoría está en casa. Tengo el coche enfocado en sentido contrario a cómo giraban los coches, por lo tanto doy media vuelta en las isletas frente al Estadio Olímpico e inicio la marcha dirección circuito real.
Yo diría que el rasante es ahora algo más suave de cómo lo era hace 49 años pero, aún al ritmo casi parado que voy, el ángulo de Miramar se acerca sin compasión a pesar de que ahora el semáforo rompe el encanto. Me viene a la memoria una foto de Ignacio Par con una vista trasera del BRM P160 de Jean-Pierre Beltoise en este verdadero quebradero de cabeza que debía ser frenar, reducir, girar… y procurar no dar con nadie, ni que te dieran.
La bajada siguiente, con esa derecha sin visión que asusta sólo con pensar en encontrarte un coche lento en plena trazada, te conduce a una curva de la Rosaleda que considero muy difícil. Seguro que los pilotos tenían necesidad de todo el ancho de la pista y de poseer un tacto especial. El asunto era frenar en su sitio y no bloquear, trazar bien e ir acelerando progresivamente, aun con el volante girado… sin darle al raíl exterior.
Y llega Font del Gat. Las fotos desde la parte exterior de este viraje surgen también en mi mente. Jordi Viñals hizo en aquellos años una serie de instantáneas estupendas de los coches entre los raíles dobles. Voy casi parado pero imagino lo que debía ser acelerar luego en esa corta rectita posterior, para presentarte en el viraje del Teatre Grec con ganas de pasarlo rápido.
La deriva que los coches tenían en esta curva en ligera bajada era de aúpa, así lo atestiguan las estampas de Mario Chavalera, principalmente en las carreras de turismos. Pero en un F-1 seguro que tenías que salir en ligero contra volante aunque acelerando y yéndote inmediatamente a la izquierda para hacer lo más recto y rápido posible el zig-zag frente al llamado palacio de la Agricultura, que desde hace años acoge el Teatre Lliure.
De esta forma se llega (debías llegar) en unos instantes a la denominada curva de Vías. ¿Me voy por la calle Lleida para enfocar definitivamente el regreso a casa? ¡No! Voy a hacer Vías pensando en cómo los monoplazas superaban el repecho y derrapaban de cuatro ruedas apurando el asfalto y casi rozando los raíles exteriores, intentando ganar velocidad para que ningún rival pensara ni por asomo ponerse en paralelo e intentar el adelantamiento en la frenada del viraje de la Guardia Urbana.
Esta curva es de 90 grados y su anchura permitía salir en franca aceleración hacia la recta de Rius i Taulet, para enfocar lo que para mi debía ser de lo más alucinante del circuito: las más que rápidas enlazadas que forman la Pérgola y Pueblo Español.
Hago de hombre bueno y, de la misma forma que no he enloquecido haciendo medio circuito a ritmo casi de bicicleta, en Rius i Taulet giro a la derecha hacia las torres venecianas y tomo definitivamente rumbo a Vic. En mi recorrido mental me pierdo lo anteriormente mencionado, también la fuente previa a Sant Jordi y toda la avenida del Estadio, a fondo siempre que el valor lo permitiera.
¿Qué hago yo rodando a la velocidad que toca en estos tiempos que vivimos (es decir, un disparate de lento), pero haciendo, más con la memoria que con el volante, una buena parte del circuito de Montjuïc? Pues regreso a casa bastante satisfecho tras la presentación que hemos hecho en el Museo Olímpico del libro “Barcelona, Paco Godia y el motor”, un magnífico relato escrito por ese no menos magnífico periodista e historiador que es Valentí Fradera. La historia resumida de Pedralbes y Montjuïc tomando como hilo conductor la figura de este piloto barcelonés, el primer español en puntuar en un Gran Premio de Fórmula 1.
El libro no está a la venta, pero sí disponible previa solicitud a la Fundación Barcelona Olímpica para luego visitar el museo y la exposición fotográfica sobre Paco Godia que se encuentra en el sector del motor de dicha instalación.
Los que nos gusta rememorar el automovilismo del pasado estamos de enhorabuena. Hace una semana se recordó a nivel popular la Copa Tibidabo de 1914, el mismo día que Ivan Nogueras presentaba su libro sobre la historia del karting en Catalunya. El pasado jueves presentamos el libro que ha motivado este texto y muy pronto lo haremos con otro libro, editado por el RACC, con la historia completa de la Fórmula 1 en Catalunya.
Si además hay noticias de la recuperación –para situar en algún museo del país– de un automóvil de Gran Premio fabricado en Barcelona, una pieza única de la que muy pronto se sabrán cosas, todo eso indica que nuestra historia interesa. Al que esto escribe le agrada poderlo escribir. A menudo se dice que cuando se cierra una puerta suele abrirse otra. No es que vivamos tiempos plácidos ni fáciles pero a veces, inesperadamente, surge la opción de ilusionarse con recuerdos de un pasado automovilístico que, para muchos, fue esplendoroso.
© Josep Autet
16 de noviembre de 2024
JAS Info Service